Pioneros y ángeles: Una experiencia milagrosa

En 1856, Francis y Betsy Webster tenían suficiente dinero para viajar a Utah en un carromato, pero donaron su dinero al Fondo Perpetuo para la Emigración. Su donación permitió que nueve personas adicionales viajaran con carros de mano. El hermano y la hermana Webster, que estaban esperando un bebé, viajaron a Salt Lake City con la compañía de carros de mano de Martin (Una de las dos compañías que sufrió las severas tormentas invernales) y sufrieron junto con el resto de la compañía.
Años más tarde, estando el hermano Webster en una clase de la Escuela Dominical, escuchó a varios miembros de la Iglesia criticar a los líderes de la Iglesia por la tragedia de los carros de mano. No se pudo contener; se levantó y testificó de las bendiciones que recibió por haber estado en la compañía de carros de mano de Martin:
“Les ruego que dejen de criticar. Discuten sobre un asunto que desconocen. Los fríos hechos históricos no significan nada aquí, ya que no proporcionan una interpretación adecuada de las cuestiones pertinentes. ¿Que fue un error enviar la compañía de carros tan tarde, en aquella época del año? Sí. Pero mi esposa y yo estuvimos en esa compañía… Sufrimos más de lo que se puedan imaginar, y muchos murieron a causa del frío y del hambre, pero, ¿han escuchado alguna vez a un sobreviviente de esa compañía pronunciar una sola palabra de crítica?… Cada uno de nosotros salió de esa experiencia con la absoluta certeza de que Dios vive, porque le conocimos en nuestra extrema necesidad.
“Tiraba de mi carro de mano cuando estaba tan débil y agotado debido a la enfermedad y a la falta de alimentos que casi no podía poner un pie enfrente del otro. Miraba hacia adelante y veía un trecho de arena o una cuesta en la colina y me decía: Puedo ir hasta ahí y luego debo darme por vencido, porque ya no puedo seguir tirando esta carga. Seguí hasta la arena y cuando llegué a ella, el carro empezó a empujarme a mí. Muchas veces miré a mi alrededor para ver quién estaba empujando el carro, pero no vi a nadie. Sabía entonces que los ángeles de Dios estaban allí.
“¿Lamentaba haber decidido venir con carros de mano? No, ni en aquel entonces ni en cualquier otro momento de mi vida después. El precio que pagamos para conocer a Dios fue un privilegio pagarlo, y estoy agradecido de que tuve la oportunidad de venir a Sión en la compañía de carros de mano de Martin” (en William R. Palmer, “Pioneers of Southern Utah”, The Instructor, mayo de 1944, págs. 217–218; véase también “Purificados por nuestras pruebas”, Liahona, febrero de 2006, págs. 4–5).
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