Las
valiosas relaciones que tenemos con familiares, amigos, el Señor y Su
Iglesia restaurada están entre las cosas que más importan en la vida.
Por causa de que esas relaciones son tan importantes, debemos
atesorarlas, protegerlas y nutrirlas.
Uno
de los relatos más desgarradores en las Escrituras tuvo lugar cuando
“muchos de los discípulos [del Señor]” pensaron que era difícil aceptar
Sus enseñanzas y doctrina, y se “volvieron atrás y ya no andaban con él”2.
Al marcharse esos discípulos, Jesús se volvió a los Doce y preguntó: “¿También vosotros queréis iros?”3.
Pedro respondió:
“Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.
Y nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”4.
En
ese momento, cuando otras personas se centraban en aquello que no
podían aceptar, los Apóstoles eligieron centrarse en lo que sí creían y sabían, y como consecuencia de ello, permanecieron con Cristo.
Posteriormente,
en el día de Pentecostés, los Doce recibieron el don del Espíritu
Santo; se volvieron valientes en sus testimonios de Cristo y comenzaron a
entender más plenamente las enseñanzas de Jesús.
Hoy
en día no es diferente. Para algunas personas, la invitación de Cristo a
creer y permanecer sigue siendo dura o difícil de aceptar. Algunos
discípulos tienen dificultad para entender una norma o una enseñanza de
la Iglesia en particular; a otros les preocupan aspectos de nuestra
historia o las imperfecciones de algunos miembros y líderes actuales o
antiguos; a otros les resulta difícil vivir una religión que requiere
tanto. Por último, hay quienes se “[cansan] de hacer lo bueno”5.
Por estas y otras razones, algunos miembros de la Iglesia vacilan en su
fe, y se preguntan si quizás deban seguir a los que se “volvieron atrás
y ya no andaban” con Jesús.
Si
alguno de ustedes está flaqueando en su fe, yo le hago la misma pregunta
que hizo Pedro: “¿A quién irá usted?”. Si usted decide inactivarse o
irse de la Iglesia restaurada de Jesucristo de los Santos de los Últimos
Días, ¿a dónde irá? ¿Qué hará? La decisión de “ya no [andar]” más con
los miembros de la Iglesia y con los líderes escogidos por el Señor
tendrá un efecto a largo plazo que de momento no siempre se podrá
apreciar. Tal vez haya alguna doctrina, alguna norma, un aspecto de la
historia que no coincida con su fe, y pueda pensar que la única manera
de resolver ese conflicto interior ahora mismo consista en “ya no
[andar]” más con los santos. Si llega a vivir tanto como yo, llegará a
entender que las cosas tienen una manera de resolverse solas. Un
pensamiento inspirado o una revelación quizás arrojen nueva luz sobre un
problema. Recuerde, la Restauración no es un evento, sino que sigue en
pleno desarrollo.
Nunca abandone las
grandes verdades que fueron reveladas por medio del profeta José Smith.
Nunca deje de leer, meditar y poner en práctica la doctrina de Cristo
que se halla en el Libro de Mormón.
Nunca
deje de concederle al Señor la misma oportunidad, haciendo verdaderos
esfuerzos por entender lo que el Señor ha revelado. Como dijo en cierta
ocasión mi querido amigo y antiguo compañero, el élder Neal A. Maxwell:
“No debiéramos suponer… que solo porque no sepamos explicar algo, ese
algo sea inexplicable”6.
Por
tanto, antes de que tome esa decisión espiritualmente peligrosa de
marcharse, le animo a que se detenga y piense cuidadosamente antes de
renunciar a lo que lo llevó en primer lugar hasta su testimonio de la
Iglesia restaurada de Jesucristo. Deténgase y piense en lo que ha
sentido aquí, y por qué lo sintió; piense en las veces que el Espíritu
Santo le ha testificado de la verdad eterna.
¿Adónde
irá para encontrar a otras personas que compartan la creencia que usted
tiene en Padres Celestiales amorosos y personales, que nos enseñan cómo
regresar a la presencia eterna de Ellos?
¿Adónde
irá para que le enseñen acerca de un Salvador que es su mejor amigo,
que no solo sufrió por sus pecados, sino que también sufrió “dolores,
aflicciones y tentaciones de todas clases… para que sus entrañas sean
llenas de misericordia, según la carne, a fin de que según la carne sepa
cómo socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las debilidades de
ellos”7, lo cual abarca, creo yo, la debilidad de la pérdida de la fe?
¿Adónde
irá para aprender más acerca del plan del Padre Celestial para nuestra
felicidad y paz eternas; un plan lleno de maravillosas posibilidades,
enseñanzas y guía para nuestra vida terrenal y eterna? Recuerde que el
Plan de Salvación le otorga sentido, propósito y dirección a la vida
terrenal.
¿Adónde irá a encontrar
una detallada e inspirada estructura organizativa de la Iglesia mediante
la cual recibe enseñanzas y apoyo de hombres y mujeres que están
profundamente comprometidos a servir al Señor mediante el servicio que
le presten a usted y a su familia?
¿Adónde
irá a encontrar profetas y apóstoles vivientes, llamados por Dios para
ofrecerle otra fuente de consejo, entendimiento, consuelo e inspiración
para los desafíos de nuestros días?
¿Adónde
irá a encontrar un pueblo que vive conforme a un conjunto de valores y
normas prescritas que usted comparte y desea transmitir a sus hijos y
nietos?
¿Y adónde irá para experimentar el gozo que proviene de las ordenanzas de salvación y los convenios del templo?
Hermanos
y hermanas, aceptar y vivir el evangelio de Cristo puede ser difícil;
siempre ha sido y lo será. La vida puede ser semejante a unos
escaladores que ascienden por un sendero escarpado y difícil; es normal y
natural que de vez en cuando hagamos una pausa en el camino para
recuperar el aliento, volver a orientarnos y replantearnos el ritmo de
marcha. No todas las personas necesitan hacer una pausa en el camino,
pero no hay nada de malo en hacerlo cuando lo requieran las
circunstancias. De hecho, puede tornarse en algo positivo para quienes
aprovechan plenamente la oportunidad para refrescarse con las aguas
vivas del evangelio de Cristo.
El peligro se presenta cuando una persona escoge desviarse de la senda que conduce al árbol de la vida8. Hay tiempos en los que debemos aprender, estudiar y saber; y tiempos en los que debemos creer, confiar y tener esperanza.
Al final, cada quien debe responder a la pregunta del Salvador: “¿También vosotros queréis iros?”9.
Todos debemos buscar nuestra propia respuesta a esa pregunta; para
algunos, la respuesta es sencilla; para otros, es difícil. No pretendo
conocer la razón por la cual la fe para creer llega más fácilmente a
unos que a otros; solo estoy muy agradecido de saber que las respuestas
siempre están ahí, y que si las procuramos —si las buscamos realmente,
con verdadera intención e íntegro propósito de un corazón suplicante— al
final hallaremos las respuestas a nuestras preguntas, en tanto que
continuemos en la senda del Evangelio. Durante mi ministerio, he
conocido a quienes se han apartado y han regresado después de su prueba
de fe.
Espero sinceramente que
invitemos a un número cada vez mayor de hijos de Dios a encontrar la
senda del Evangelio y a permanecer en ella, para que también ellos
“[participen] de aquel fruto que [es] preferible a todos los demás”10.
Mi
ruego sincero es que alentemos, aceptemos, comprendamos y amemos a
quienes tienen dudas con respecto a su fe. No debemos descuidar a
ninguno de nuestros hermanos y hermanas. Todos nos encontramos en
diferentes lugares del sendero, y debemos ministrarnos los unos a los
otros.
Así como debemos recibir con
los brazos abiertos a los nuevos conversos, así también debemos abrazar y
apoyar a quienes tienen preguntas y flaquean en su fe.
Valiéndome
de otra metáfora conocida, ruego que cualquier persona que esté
pensando en abandonar el “Barco Seguro de Sión”, donde Dios y Cristo
están a la cabeza, se detenga y recapacite cuidadosamente antes de
hacerlo.
Tengan en cuenta que,
aunque el viento y las olas de grandes tormentas azoten el Barco Seguro,
el Salvador está a bordo y tiene poder para reprender la tempestad con
Su mandato: “¡Calla, enmudece!”. Hasta entonces, no debemos temer sino
tener una fe inquebrantable y saber “que aun el viento y el mar le
obedecen”11.
Hermanos
y hermanas, les prometo en el nombre del Señor que Él nunca abandonará
Su Iglesia y que nunca abandonará a ninguno de nosotros. Recuerden la
respuesta de Pedro a la pregunta y a las palabras del Salvador:
“Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.
“Y nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”12.
Testifico
que “no se dará otro nombre, ni otra senda ni medio, por el cual la
salvación llegue a los hijos de los hombres, sino en el nombre de
Cristo… y por medio de ese nombre”13.
También
testifico que el Señor ha llamado a apóstoles y profetas en nuestros
días y ha restaurado Su Iglesia con enseñanzas y mandamientos como “un
refugio contra la tempestad y contra la ira” que seguramente vendrán, a
menos que las personas del mundo se arrepientan y se vuelvan a Él14.
Testifico,
además, que el Señor “invita a todos ellos a que vengan a él y
participen de su bondad; y a nadie de los que a él vienen desecha, sean
negros o blancos, esclavos o libres, varones o mujeres… y todos son
iguales ante Dios”15.
Jesús
es nuestro Salvador y Redentor, y Su evangelio restaurado nos conducirá
con seguridad de regreso a la presencia de nuestros Padres Celestiales,
si permanecemos en el sendero del Evangelio y seguimos Sus pasos. De
ello testifico, en el nombre de Jesucristo. Amén.
M. Russell Ballard, Conferencia general, octubre 2016
Haz clic aquí para leer el discurso original: ¿A quién iremos?
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