La prueba de fe de tres pioneros


En 1832, Weltha Bradford Hatch —un antepasado de mi esposa, Shelley— y su esposo, Ira, residían en la pequeña comunidad de Farmersville, Nueva York, EE. UU., cerca del lago Seneca. Cuando los misioneros Oliver Cowdery y Parley P. Pratt tocaron a la puerta de la casa de los Hatch, Weltha compró un Libro de Mormón y lo leyó de inmediato. Convencida de su veracidad, pidió que la bautizaran; sin embargo, su esposo le aconsejó que esperara debido al aumento de la persecución y a la llegada inminente de un hijo. Poco después del alumbramiento, Weltha se bautizó, ¡pero sólo después de que hicieron una abertura en el hielo del río en el que se realizó la ordenanza!1.
Ira sentía curiosidad por el mensaje del Evangelio; deseaba saber más, y también sintió la impresión de hacer una contribución para la edificación del Templo de Kirtland. De modo que él y Weltha viajaron en calesa a Kirtland, Ohio, EE. UU., para conocer al profeta José Smith. Al llegar, les dijeron que podrían encontrar al Profeta con un grupo de hombres que estaban cortando árboles en una arboleda cercana.
Después de llegar a la arboleda, uno de los hombres hundió el hacha en uno de los árboles, se acercó a ellos, y dijo: “Hermano Hatch, lo he estado esperando durante tres días; el dinero que usted ha traído se utilizará para construir el púlpito del templo”.
Ese hombre era José Smith. No hace falta decir que Ira se bautizó, y él y Weltha regresaron a su hogar, reunieron sus pertenencias y se unieron a los santos en Kirtland2.

Uno de mis antepasados, Isaac Bartlett Nash, se unió a la Iglesia en Gales, y cruzó el Atlántico y las llanuras antes de unirse a los santos en Salt Lake City. Después de su llegada, oyó a uno de los élderes que presidían la Iglesia censurar el uso de tabaco con estas palabras: “Hay élderes en esta asamblea que en este momento tienen tabaco en la boca, aunque ni siquiera un cerdo masticaría esa hierba vil”. Isaac, con una mascada de tabaco en la boca, salió de allí en silencio, se la sacó de la boca, la dejó caer al suelo y dijo, dirigiéndose al tabaco: “Quédate aquí hasta que venga por ti”. Nunca volvió3.
¿Qué es lo que impulsó a Weltha a querer bautizarse en un río congelado en vez de esperar hasta el verano? ¿Qué es lo que motivó a Ira a viajar de Nueva York a Ohio y después donar dinero para un templo que construiría una iglesia de la que él todavía no era miembro? ¿Qué hizo que Isaac fuese capaz de abandonar su tierra natal, navegar por el océano Atlántico, cruzar los llanos y luego agregar el mascar tabaco a la lista de cosas que había abandonado?
El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) observó: “El poder que impulsó a nuestros antepasados en el Evangelio fue el poder de la fe en Dios. Fue el mismo poder que hizo posible el éxodo de Egipto, el pasar a través del mar Rojo, el largo trayecto por el desierto y el establecimiento de Israel en la Tierra Prometida”4.
La fe es un principio de acción así como de poder5; “no es tener un conocimiento perfecto de las cosas” (Alma 32:21), más bien, es una “certeza” del Espíritu (véase Hebreos 11:1) que nos motiva a actuar (véanse Santiago 2:17–262 Nefi 25:23Alma 34:15–17), a seguir al Salvador y guardar todos Sus mandamientos, incluso a través de épocas de sacrificios y pruebas (véase Éter 12:4–6)6. Tan ciertamente como que el sol se levanta por la mañana, la fe produce esperanza —la expectativa de cosas buenas que han de venir (véase Moroni 7:40–42)— y nos proporciona el poder del Señor para sostenernos7.
Si el poder que motivó a nuestros antepasados pioneros fue la fe, la esperanza que nació de esa fe fue la que los mantuvo anclados.
Extracto del mensaje de Marcus B. Nash
Lee el mensaje completo en el siguiente link: Los pioneros, un anclaje para la actualidad

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