José se levantó temprano una mañana de
la primavera de 1820, y se dirigió a un bosque cercano a su casa. El día
era despejado y hermoso, y la luz del sol se filtraba por las ramas de
los árboles. Deseaba estar a solas para orar, y conocía un lugar
tranquilo en el bosque donde recientemente había estado cortando
árboles; había dejado allí su hacha clavada en la cepa de un árbol
talado1.
Al llegar al lugar, José miró
alrededor para asegurarse de que estaba solo. Se sentía inquieto porque
iba a orar en voz alta y no quería que lo interrumpieran.
Al comprobar que estaba solo, José
se arrodilló sobre la tierra fresca y comenzó a expresar los deseos de
su corazón a Dios. Él suplicó por misericordia y perdón, y pidió
sabiduría para encontrar respuestas a sus preguntas. “Oh Señor - oró -
¿a qué iglesia debo unirme?”2.
Mientras oraba, su lengua comenzó a
hincharse hasta el punto de no poder hablar. Escuchó pisadas a sus
espaldas pero, al girarse, no vio a nadie. Intentó orar nuevamente, pero
las pisadas se hicieron más fuertes como si alguien viniera a
prenderle. Se puso de pie de un salto y se dio vuelta, mas no vio a
nadie3.
Entonces un poder invisible se
apoderó de él. Trató de volver a hablar, pero su lengua estaba trabada.
Densas tinieblas se formaron a su alrededor hasta impedirle ver la luz
del sol. Vinieron a su mente dudas e imágenes terribles que lo
confundían e inquietaban. Sentía como si un ser terrible, real e
inmensamente poderoso quisiera destruirlo4.
Esforzándose con todas sus fuerzas,
José clamó a Dios una vez más. Su lengua fue desatada, y suplicó a Dios
que lo librará. Sin embargo, vio que se hundía en la desesperación, que
era superado por una oscuridad insoportable y que estaba a punto de
entregarse a la destrucción5.
En ese momento, una columna de luz
apareció sobre su cabeza, la cual descendió lentamente y pareció prender
fuego a la arboleda. Cuando la luz reposó sobre él, José se sintió
libre de la atadura de aquel poder invisible y, en su lugar, el Espíritu
de Dios lo colmó de una paz y un gozo inefables.
La primera visión de José Smith, por Greg K. Olsen |
Al mirar hacia la luz, José vio a
Dios el Padre de pie en el aire, arriba de él. Su faz era más brillante y
gloriosa que cualquier cosa que José había visto jamás. Dios lo llamó
por su nombre, y señaló a otro Ser que apareció a Su lado. “Este es mi
Hijo Amado —dijo Él—. ¡Escúchalo!”6.
José vio la faz de Jesucristo; era tan resplandeciente y gloriosa como la del Padre.
—José —dijo el Salvador—, tus pecados te son perdonados”7.
Una vez aliviada su carga, José repitió su pregunta: “¿A qué iglesia debo unirme?”8.
—No te unas a ninguna de ellas — le
dijo el Salvador—. Enseñan como doctrinas los mandamientos de los
hombres, teniendo apariencia de piedad, mas negando el poder de ella”.
El Señor le dijo a José que el mundo
estaba inmerso en el pecado. “Nadie hace lo bueno —explicó Él—; se han
apartado del Evangelio y no guardan mis mandamientos”. Le dijo que las
verdades sagradas se habían perdido o corrompido, pero prometió revelar
la plenitud de Su evangelio a él, José Smith, en el futuro9.
Mientras el Salvador hablaba, José
vio a huestes de ángeles, y la luz que los rodeaba resplandecía más que
el sol a mediodía. “He aquí, vengo pronto —dijo Jesús—, vestido con la
gloria de mi Padre”10.
José pensaba que las llamas habrían consumido el bosque, pero los árboles ardieron como la zarza de Moisés sin consumirse11.
En esta arboleda que aún permanece cerca del hogar de la familia Smith, José se arrodilló a orar para saber a qué iglesia debía unirse. |
Cuando la luz se desvaneció, José
yacía de espaldas en el suelo mirando hacia el cielo. La columna de luz
se había ido; así también su sentimiento de culpa y su confusión. Su
corazón rebosaba de sentimientos de amor divino12. Dios el Padre y Jesucristo habían hablado con él, y él había aprendido por sí mismo la manera de hallar la verdad y el perdón.
Encontrándose demasiado débil para
moverse por motivo de la visión, José permaneció acostado en el bosque
hasta que recuperó algo de sus fuerzas. Logró llegar hasta la casa, y se
apoyó sobre la chimenea. Su madre lo vio y le preguntó qué le sucedía.
—Todo está bien —le aseguré—; me siento bastante bien13.
Unos días más tarde, mientras
conversaba con un predicador, José le contó lo que había visto en el
bosque. El predicador había participado activamente en los recientes
resurgimientos religiosos, y José esperaba que tomara en serio su
visión.
Al principio, el predicador trató
con ligereza sus palabras —había personas que, de tiempo en tiempo,
aseguraban tener visiones celestiales14—
pero luego se enojó y se puso a la defensiva; y le dijo a José que su
historia era del diablo. Los días de visiones y revelaciones habían
quedado atrás desde hacía mucho tiempo, le dijo, y no volverían jamás15.
José se sorprendió, pero pronto descubriría que nadie creía en su visión16.
¿Por qué habrían de creerle? Tan solo tenía catorce años y,
prácticamente, no había recibido instrucción escolar alguna. Provenía de
una familia pobre y probablemente pasaría el resto de su vida
trabajando la tierra y haciendo trabajos esporádicos para apenas
sobrevivir.
No obstante, su testimonio inquietó a
algunas personas lo suficiente como para exponer a José al ridículo
público. Cuán extraño, pensaba él, que un simple joven, sin
trascendencia alguna en el mundo, fuese blanco de tantas amarguras y
burlas. “¿Por qué me persiguen por decir la verdad? —Quería
preguntarles—. ¿Por qué piensa el mundo hacerme negar lo que realmente
he visto?”.
José se hizo estas preguntas durante
toda su vida. “Yo efectivamente había visto una luz, y en medio de la
luz vi a dos Personajes, los cuales en realidad me hablaron —relataría
más tarde—; y aunque se me odiaba y perseguía por decir que había visto
una visión, no obstante, era cierto”.
“Yo lo sabía, y sabía que Dios lo sabía —testificó—; y no podía negarlo”17.
Una vez que José comprendió que la
gente se ponía en su contra cuando él relataba su visión, la reservó
mayormente para sí, satisfecho del conocimiento que Dios le había dado18.
Posteriormente, después de mudarse del estado de Nueva York, intentó
registrar la sagrada experiencia que había tenido en el bosque. En su
relato, describió su anhelo por recibir perdón y la admonición del
Salvador para un mundo que tenía necesidad de arrepentirse. Lo escribió
con sus propias palabras, con un lenguaje imperfecto, en un intento
ferviente por capturar la majestuosidad de aquel momento.
En los años subsiguientes, él relató
la visión más públicamente, haciendo uso de escribas que pudieron
ayudarle a expresar mejor lo que no admitía descripción. En estos
relatos, habló de su deseo de hallar la iglesia verdadera; contó que
Dios el Padre se apareció primero para presentar al Hijo; y escribió
menos acerca de su propia búsqueda del perdón y más sobre el mensaje
universal de la verdad del Salvador y la necesidad de la restauración
del Evangelio19.
En cada esfuerzo que hizo por
registrar su experiencia, José testificó que el Señor había escuchado y
contestado su oración. Había aprendido, siendo un jovencito, que la
Iglesia del Salvador ya no estaba en la tierra; pero que el Señor había
prometido revelar más acerca de Su evangelio a Su debido tiempo. Por
tanto, José decidió confiar en Dios, permanecer fiel al mandamiento que
había recibido en el bosque y esperar pacientemente hasta recibir guía
adicional20.
En santos.lds.org/spa hay, en inglés, una lista completa de las obras citadas.
Publicado en: Liahona, marzo 2018
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